martes, 13 de julio de 2010

¡Otra vez su rostro!


Por fin y después de ser usada y abusada, la remoción de cientos de metros cuadrados de sonrisas y gestos maniqueos, nos permite ver la expresión cotidiana de nuestra ciudad, misma que había sido amordazada y que extrañábamos sin advertirlo.
Nuevamente el llamado es a un gremio, cuya influencia potencial le debe tanto a la ciudad y por la cual subsiste: los arquitectos.
Paisajistas, urbanistas, diseñadores, restauradores, etc., no hemos tomado en nuestras manos el problema que significa para nuestro ambiente el despliegue promocional de las campañas políticas. Periódicamente vemos inundado el espacio urbano con guiños simplones en polietileno, vinilo y otros materiales de corta vida útil y largos periodos de degradación, difíciles de reciclar y cuya producción activa sólo a un reducido y sobre demandado sector económico en tiempos electorales.
A distancia podemos apreciar que en ciudades como Tokio, Manhattan, Toronto, Berlín, por citar algunas; la integración al entorno urbano de los anuncios publicitarios es un ejercicio profesional, serio y rentable.
El compromiso no es sólo ético; mucho menos, sólo moral; el reto es técnico en gran medida y está dirigido a una economía que lejos de repudiar el importante tránsito de recursos en época de elecciones, tendría que atraerlos para buscar su solidez y diversificación.
Ahí están esperando miles de metros cuadrados de muros colindantes expuestos en obra negra, dispuestos a convertirse en nuevos frentes visuales y una aportación digna para el paisaje urbano. Existen cientos de lotes particulares ociosos, que pudieran convertirse en instrumentos publicitarios de calidad, bajo el rigor del diseño, la observancia de normas existentes y el apoyo de tecnología novedosa.
Las posibilidades son inagotables, para ello están la inventiva, creatividad y capacidad de coordinación de los arquitectos. La ciudad los reclama, el ciudadano los desconoce.
Por momentos estuve tentado a pensar como conclusión, que la ausencia de pendones, espectaculares y calcomanías, era una alegoría de la posibilidad de la ciudad en ausencia de la clase política; pero habrá que aceptar que la gestión de éstos puede empezar a obrar en favor de el espacio común que nos acoge. Claro, siempre y cuando así lo propiciemos.