Una reflexión acerca del capítulo correspondiente en Teorías Sobre Arquitectura, de Joao
Rodolfo Stroeter.
Para responder a esta pregunta, el autor inicia
especificando cómo es que el origen de los edificios se debe a la función
utilitaria, que es la misma que dirige al arquitecto hacia la solución de
problemas. Sin embargo, señala también cómo la arquitectura, además de tener
una función utilitaria (función primera), tiene una función simbólica (función
segunda), cualidad que la distinguen del resto de las artes.
El Movimiento Moderno, por su parte, encontró en los dogmas
del funcionalismo y el aforismo de Louis Sullivan la orientación de sus
objetivos hacia el hecho funcional, que es más tangible que el simbólico y que
no pide explicaciones sobre su significación.
La teoría funcionalista sostiene que la forma es la
resultante de la función utilitaria y está asociada al principio estético de
“economía”. El autor analiza este concepto con otra de las artes, tal vez la
más “económica” de todas: la poesía. Encuentra en su composición una función
para cada palabra; no sólo la función que transmite significado al poema, sino
aquella que aporta musicalidad en su lectura.
El lector complementará la poesía al encontrar un segundo
sentido, un tercero, un cuarto y un enésimo sentido, descubriendo simbolismos y
significación leyendo entre líneas. Encontrará entonces, palabras que no
necesariamente sirvan al significado, pero que tampoco pueden ser eliminadas
por ser parte integral del texto. Se encuentran entonces, dos tipos de
significados o funciones: el prosaico, referencial o utilitario; y el poético,
emotivo o simbólico. De esta analogía, Stroeter concluye que en la
arquitectura, la forma que sigue a la función no sólo debe cumplir con su
“función prosaica”, sino alcanzar su función poética.
Mención aparte hace de la cinematografía, donde cada
fotograma es parte fundamental del resultado final y en la que, de acuerdo a
este concepto de economía, lo que esté de más siempre se hará evidente y
terminará por estorbar, incomodar.
Así pues, llega al concepto de economía en la arquitectura,
la cual asienta como la máxima expresión de contenido con un mínimo de
elementos formales.
El punto central de la discusión del funcionalismo como
doctrina estética encuentra una complejidad mayor en la alternancia de la
relación forma/función con la relación forma/contenido. En este caso, la forma
ya no constituye sólo un soporte a la función, como lo pretendía el
funcionalismo, sino que penetra el universo del contenido.
En el caso en el que predomina la forma, sólo se aplicará
el término “formalismo” en sentido peyorativo cuando la forma perjudique a la
función utilitaria.
La forma representa la función; la forma perdura a través de
los siglos y documenta la historia de la arquitectura; la forma es la
cristalización de las funciones utilitarias y simbólicas en edificaciones
concretas.
“La forma sigue a la función”, abrió un discusión extensa,
provocando entre otras, su contrapartida: “la función sigue a la forma” y
muchas otras versiones de diferentes autores que expresaban con ellas su punto
de vista. En este sentido, el autor incluye matices de esta relación; la forma:
sigue, traduce, respeta, destaca, detalla, interpreta, simboliza, expresa,
evoca, ennoblece, contiene, marca, sustenta, es, representa, revela, copia,
explota, trasciende, amplía, esconde, ignora, aplasta; la función.
La búsqueda de la forma representa, contra lo que pudiera
pensarse, la búsqueda del contenido, debido a que ésta no proviene de la nada,
lo cual le confiere significado, una relación con quien juzga su valor. En este
punto, el autor insiste en que la función aún no es arquitectura y afirma con
Lutyens que “la arquitectura empieza donde termina la función”, reduciendo sus
asertos en la comparativa de la catedral de Notre Dame con un tostador de pan,
objetos que no encuentra del mismo nivel, donde el diseño industrial sí puede
conformarse en cumplir con las funciones utilitarias que la solución le
demande.
Existen otros conceptos, como el de Fred y Barbro Thompson,
referentes al espacio japonés, donde se afirma que forma y función son una
misma cosa, indisoluble. Sin embargo, resulta muy interesante la salida que da
al problema Charles Moore, al distinguir shape de form, que pudieran traducirse
al español como formato (o configuración) y forma, respectivamente. En este
razonamiento, la forma sigue a la función al delimitar una superficie dentro de
la cual las cosas pueden ganar formatos. Dicho de otro modo, la forma se ajusta
en una primera instancia a la función utilitaria (siempre una, la de origen),
para poder luego dar paso a diferentes formatos donde encuentre diferentes
significados, mayor elocuencia o contenidos simbólicos diferentes.
Así se llega al caso específico de Le Corbusier (en la
Capilla de Ronchamp) u Oscar Niemeyer, que en sus periodos de madurez buscaron
la forma de manera intencional, deliberada. Entonces se concluye que cuando una
forma crea belleza, tiene una de las funciones más importantes en arquitectura:
la simbólica o de contenido.
Existe para el arquitecto tendiente a conseguir la obra de
arte en su ejercicio, distintas relaciones interdependientes en los elementos
de la triada vitruviana firmitas/utilitas/venustas y existe además, una
equivalencia con la estructura, la función y la forma.
Así:
a). Función es forma, estructura es forma.
b). Función es estructura, forma es estructura.
c). Forma es función, estructura es función.
La conclusión para el capítulo, la encuentra el autor en la
función simbólica de la forma; la subvención del posmodernismo a lo establecido
por el Movimiento Moderno, así como el advenimiento de tecnología como la
computadora para acabar con la rigidez de los principios modernistas del siglo
pasado.
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